Todos los amigos que yo conozco y que son socialistas comportan
lo que se podría denominar una ingenuidad esencial consistente en que sólo
ven una parte de las injusticias del mundo y no la totalidad, no son nada
objetivos con este tema aunque pretenden serlo. De hecho, a mí se me parecen individuos
bastante conservadores y reaccionarios con vivencias y representaciones del
mundo ancladas en un radicalismo que apareció en el siglo XIX y en una suerte
de idealismo realista. Les parece, por ejemplo, que los problemas sólo se
encuentran en esa parte que ellos ven y observan, a la que denominan “capitalismo”.
El recurso, debemos confesarlo, funciona como una estructura ideológica de
fondo que crea grupos ideologizados, y algunas veces religiosos para los cuales
ese “capitalismo” es la fuente del mal.
La ingenuidad se explica por dos razones, a saber, creen que
los problemas del poder (y este es el
problema de los problemas), sus injusticias y abusos corresponden sólo al sistema
capitalista de producción, y por otro lado, que estos males se resuelven cambiando
el sistema sin que consideremos para ello la cultura o las personas; ante todo “el
sistema” porque este cambiará a las personas. Semejante suposición se inserta
en una narrativa de carácter mítico que es un cuento sobre unos actores y una
trama que lleva por título “la historia de la lucha de clases”. El poder en Cuba
o en los días en los que existía la Unión soviética no tendría problemas
esenciales. Para varios amigos con los cuales me relaciono en Venezuela, en los
regímenes comunistas los problemas de opresión no son verdaderos, y los que se
pudiera observar se debe a los traidores. Dentro de este imaginario político,
la traición es la manera en la cual el sistema puede fallar.
Los infiltrados son un tipo y como antes han definido el
sistema como humanista sería equivocado asignarle una tendencia histórica hacia
la opresión o el hecho de que la injusticia se refiera a algo diseminado
masivamente en su interior. Si algo ocurre en este plano, si algo debe ser
visto de esta manera, debe tratarse de una excepción. La narrativa en este
punto, es sencilla de entender, a saber, tenido el comunismo como el espacio de
lo bueno (y lo humanista), el Mal tiene que venir del exterior como algo infiltrado. El “traidor” es el punto de
comunicación con el Mal, el sujeto por donde entra la impureza desde afuera. Se
trata de una narrativa dualista de
dos polos que se oponen, el polo del Bien (colocado con la primera letra en
mayúscula), contra el polo del Mal que lo asecha constantemente desde afuera.
Si se hace referencia a Venezuela, la aplicación de esta
narrativa da como resultado la conclusión de que la causa de todo el desastre
económico y humanitario es un plan internacional de guerra económica promovido desde
el “imperio”, una figura mítica con la cual se recubre a los EE.UU., o si se
trata de Cuba, cualquier situación anómala conseguible dentro del sistema debe
tener relación con el consabido “bloqueo”. Con el Mal colocado dentro del capitalismo
y nunca al interior del comunismo, es lógico que el resultado sea la ceguera
galopante frente a los defectos del comunismo. La opresión queda afuera.
Si en Cuba y Venezuela se encarcela a opositores eso no
tendría que ver con un encarcelamiento propiamente dicho o algo que se parezca
a una opresión sino con la lucha que naturalmente tiene que darse en contra de
los “infiltrados” o “traidores” como acto de defensa de la revolución para sus
enemigos o para, aplicando de nuevo la narrativa, impedir que el capitalismo
penetre en el sistema o desalojar los restos que puedan quedar del mismo. No se
trataría, pues, de un encarcelamiento sino de un acto de legítima defensa. El imaginario se persuade a sí mismo de que
lo que hace no es oprimir sino defenderse, y garantizar la justicia. El problema
es que de esa manera en las cárceles cubanas pueden permanecer personas por
espacio de 20 años, privados de su libertad, y sintiendo con razón, que se les
persiguió por su pensamiento o mejor, por el hecho de realizar una oposición
activa y una crítica al sistema; algo así como que si criticas vas a ser
encarcelado. Esto que normalmente pertenece a casi todos los sistemas políticos
del mundo, que es una nota común en América, África, Asia y el Medio Oriente en
muchos países, un comunista lo ve como propio sólo de los países capitalistas.
La ingenuidad tiene que ver con qué creen, además, que participan
de una verdad descubierta hace siglo y medio, y no de una ideología como cualquier
otra, por cierto de carácter religioso, que divide el mundo de una manera
sencilla y dualista.
Las consecuencias son aberrantes porque ven como bueno la
detención de opositores, la invasión de
Angola como un acto de “solidaridad” como un país hermano, y le pueden dar la
razón a Nicolás Maduro cuando declara que los continuos cortes de electricidad que
sufre el país desde hace algunos años se deben a un acto deliberado de sabotaje
de los EE.UU.
El realismo político no parece existir en su mente, y es que
a ningún científico social serio debería ocurrírsele poner en duda que los
EE.UU. es una de las naciones más invasoras que jamás ha existido, que dichas
invasiones no pueden ser explicadas sino en términos de la propia
interpretación norteamericana de sus propios intereses en la geopolítica
mundial, pero los socialistas no creen que las naciones socialistas sean
capaces de esa lógica. No aplican el término o no ven como una invasión lo ocurrido
en la Primera de Praga, y no avanzan mucho
más allá. No pueden creer que China sea el segundo país más contaminante del
planeta, o que una televisora cubana haga más propaganda alienadora que una
típica planta de televisión en un país capitalista vendiendo una marca de
jabón. Creen que la manipulación de los medios de comunicación social es un
asunto sólo de los medios capitalistas. En fin… todo eso piensan.