martes, 1 de noviembre de 2016

¿De quién es la culpa? (Parte II)

Una respuesta, por lo demás inesperada, dada por un amigo mío al artículo anterior titulado ¿De quién es la Culpa?, que puede ser visto en http://www.aporrea.org/oposicion/a236475.html bajo el título “Observando algunas interpretaciones sobre la Democracia y la Dictadura” y otros comentarios recibidos de colegas, me dan ocasión de escribir una segunda parte, que de todas maneras pensaba realizar porque me quedaron cosas pendientes y porque quería hacer un poco de pedagogía. Me temo, sin embargo, que si ese fuera mi único propósito, mis disquisiciones de hoy se convertirían en un diálogo de sordos como ocurre por estos días en el país. Tal parece que nos encontramos en una época particular en la que el adoctrinamiento nubla el entendimiento y eso si me produce un vacío en el estómago. El adoctrinamiento es como el alcoholismo que se ve, se percibe a la distancia, pero sus protagonistas juran que no lo tienen, y las afirmaciones marxistas de que todas las interpretaciones son ideológicas o que solamente la oposición (con su Asamblea Nacional) tienen la culpa, no sirven de nada. Ni profesores, ni científicos sociales, ni intelectuales logramos llegar a un lugar desde el cual podamos discutir. Estoy acumulando pruebas empíricas de mis hipótesis pero eso es imposible discutirlo aquí.

Lo esencial del artículo anterior tenía que ver con el hecho de que la noción de legitimidad si es algo fundamental de la democracia, y que en Venezuela tiene la forma de un tipo de “mentalidad histórica” que no hemos sabido ver, que ni siquiera hemos comenzado a estudiar y que si no lo hacemos corremos el riegos de quedar atrapados en ella eternamente, algo que a mi particularmente no me gustaría. Por otro lado, que dicha mentalidad comienza con Gómez, al menos en su forma y aspecto más reciente, que se infiltró en la “adecidad” (para prestar un término de un amigo mío) y que luego continuó inadvertidamente en el chavismo. Esto se pudiera rastrear hasta los comienzos de la colonización pero no tiene caso; porque antes de la aparición del petróleo tenía otra forma y sostenía otro tipo de estructuras políticas. Se debe recordar, nada más, que todo el siglo XIX venezolano fue de alzamientos militares constantes y caudillos con el significado de latifundistas en un habitad rural. De tal manera que yo no hablaba de dictaduras ni de democracias sino solo de una manera incidental. Pero a los chavistas son muy sensibles a acusaciones de dictadura, sobre todo en estos momentos, porque se trata de la estrategia publicitaria de la oposición, y quizás por eso mi amigo se obsesiona con ello, pero se trata de un problema más profundo.

 Para decirlo de otro modo, en Venezuela, el socialismo del siglo XXI ha sido el disfraz astuto para un viejo problema de América Latina y que tiene el nombre de populismo y esto en los términos en los que lo define la profesora Nelly Arenas, a saber, como la relación de un líder carismático con una “comunidad total” a la que se denomina “pueblo” y la ilusión de que existe unidad entre esos dos actores. Esto es común a todos los populismos y es bueno entender el concepto en su acepción más científica. Gino Germani decía que el peronismo tenía su fundamento en el proletariado argentino y que contaba con una “oposición democrática representada en los sectores medios”; y Portantiero que su complemento lógico es la mitología del jefe “que personaliza la comunidad, lo que hace que los antagonismos populares contra la opresión en ella insertos se desvíen perversamente hacia la recomposición del principio nacional estatal que organiza desde arriba a la comunidad”. Y es José Nun quien más recientemente afirma que el populismo recurre a las soluciones míticas como una necesidad. Estas afirmaciones fueron escritas en los años 70 a propósito del peronismo un fenómeno que se ha asociado frecuentemente con el chavismo, pero además, que comparte dos características adicionales con todos los otros populismos (y no solo de América Latina) y que son dos recursos míticos, como lo demuestro en un artículo mío que se publicará el año que viene en España, a saber, el mito de la Edad de Oro y la “Lucha Mística del Bien contra el Mal”. Los chavistas no lo saben desde luego, no lo pueden saber pero es esto lo que explica la denominación de “V república” para lo que Chávez intentó hacer. Y se podría decir más, en el chavismo tenemos el primer fundamentalismo claramente establecido en Venezuela, y claro, una democracia fundamentalista no es una democracia liberal. Es la razón por la que nos parecemos más a Irán que a los EE.UU.

Ahora bien, esta dinámica de la política en la que se ve inmerso el país lleva a la gente a superar conmociones como las del 2002 y 2003 y llegar intacta hasta el 2006, pero lo que yo decía es que, o intentaba decir, era que en Venezuela esto se mezcla con una mentalidad de fondo que es más esencial y que creció a la sombra del rentismo petrolero, y que le da su forma definitiva, la convierte en un populismo a la venezolana. Es por ello que Nicolás Maduro podría ganar las elecciones en 2018. El equilibrio de los poderes y la debilidad institucional del país (bajo la forma de instituciones democráticas) es otra cosa: El populismo debilita más que nada las instituciones y convierte la democracia en un cascaron vacío, al menos en el sentido griego del término, es decir, que no existe república porque no está la combinación de oligarquía, monarquía y democracia, sino solo uno de estos componentes. Como se trata de la relación de un líder con su pueblo, algo que es propio de todos los populismos, se entiende cuál es el que predomina. En Venezuela esto tiene la forma de un presidencialismo exacerbado y brutal pero va más allá, se trata de una forma de dominación que anula todos los otros actores. La república, como equilibrio de poderes, es lo contrario de todo esto, la discusión sobre donde existen tales equilibrios, en qué país, es irrelevante. 

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