Una respuesta, por lo demás inesperada, dada por un amigo
mío al artículo anterior titulado ¿De quién es la Culpa?, que puede ser visto
en http://www.aporrea.org/oposicion/a236475.html
bajo el título “Observando algunas
interpretaciones sobre la Democracia y la Dictadura” y otros comentarios recibidos de colegas, me dan ocasión de
escribir una segunda parte, que de todas maneras pensaba realizar porque me
quedaron cosas pendientes y porque quería hacer un poco de pedagogía. Me temo,
sin embargo, que si ese fuera mi único propósito, mis disquisiciones de hoy se
convertirían en un diálogo de sordos como ocurre por estos días en el país. Tal
parece que nos encontramos en una época particular en la que el
adoctrinamiento nubla el entendimiento y eso si me produce un vacío en el
estómago. El adoctrinamiento es como el alcoholismo que se ve, se percibe a la distancia, pero sus
protagonistas juran que no lo tienen, y las afirmaciones marxistas de que todas
las interpretaciones son ideológicas o que solamente la oposición (con su Asamblea
Nacional) tienen la culpa, no sirven de nada. Ni profesores, ni científicos
sociales, ni intelectuales logramos llegar a un lugar desde el cual podamos discutir. Estoy acumulando pruebas empíricas de mis hipótesis pero eso es imposible discutirlo aquí.
Lo esencial del artículo anterior tenía que ver con el hecho
de que la noción de legitimidad si es
algo fundamental de la democracia, y que en Venezuela tiene la forma de un tipo
de “mentalidad histórica” que no hemos sabido ver, que ni siquiera hemos
comenzado a estudiar y que si no lo hacemos corremos el riegos de quedar
atrapados en ella eternamente, algo que a mi particularmente no me gustaría. Por
otro lado, que dicha mentalidad comienza
con Gómez, al menos en su forma y aspecto más reciente, que se infiltró en la “adecidad”
(para prestar un término de un amigo mío) y que luego continuó inadvertidamente
en el chavismo. Esto se pudiera rastrear hasta los comienzos de la colonización
pero no tiene caso; porque antes de la aparición del petróleo tenía otra forma
y sostenía otro tipo de estructuras políticas. Se debe recordar, nada más, que todo
el siglo XIX venezolano fue de alzamientos militares constantes y caudillos con
el significado de latifundistas en un habitad rural. De tal manera que yo no
hablaba de dictaduras ni de democracias sino solo de una manera incidental. Pero a los chavistas son muy sensibles a acusaciones de dictadura, sobre todo en estos momentos, porque se trata de la estrategia publicitaria de la
oposición, y quizás por eso mi amigo se obsesiona con ello, pero se trata de un
problema más profundo.
Para decirlo de otro modo, en Venezuela, el socialismo del siglo XXI ha
sido el disfraz astuto para un viejo problema de América Latina y que tiene el nombre de populismo y esto en los términos en los
que lo define la profesora Nelly Arenas, a saber, como la relación de un líder carismático
con una “comunidad total” a la que se denomina “pueblo” y la ilusión de que
existe unidad entre esos dos actores. Esto es común a todos los populismos
y es bueno entender el concepto en su acepción más científica. Gino Germani decía
que el peronismo tenía su fundamento en el proletariado argentino y que contaba
con una “oposición democrática representada en los sectores medios”; y
Portantiero que su complemento lógico es la mitología del jefe “que personaliza
la comunidad, lo que hace que los antagonismos populares contra la opresión en
ella insertos se desvíen perversamente hacia la recomposición del principio
nacional estatal que organiza desde arriba a la comunidad”. Y es José Nun quien
más recientemente afirma que el populismo recurre a las soluciones míticas como
una necesidad. Estas afirmaciones fueron escritas en los años 70 a propósito del
peronismo un fenómeno que se ha asociado frecuentemente con el chavismo, pero
además, que comparte dos características adicionales con todos los otros
populismos (y no solo de América Latina) y que son dos recursos míticos, como
lo demuestro en un artículo mío que se publicará el año que viene en España, a
saber, el mito de la Edad de Oro y la “Lucha Mística del Bien contra el Mal”. Los chavistas no lo saben
desde luego, no lo pueden saber pero es esto lo que explica la denominación de “V
república” para lo que Chávez intentó hacer. Y se podría decir más, en el chavismo tenemos el primer
fundamentalismo claramente establecido en Venezuela, y claro, una democracia
fundamentalista no es una democracia liberal. Es la razón por la que nos parecemos más a
Irán que a los EE.UU.
Ahora bien, esta dinámica de la política en la que se ve
inmerso el país lleva a la gente a superar conmociones como las del 2002 y
2003 y llegar intacta hasta el 2006, pero lo que yo decía es que, o intentaba
decir, era que en Venezuela esto se mezcla con una mentalidad de fondo que es más esencial y que creció a la sombra
del rentismo petrolero, y que le da
su forma definitiva, la convierte en un populismo a la venezolana. Es por ello que Nicolás Maduro podría ganar las elecciones en 2018. El equilibrio de los poderes y la debilidad
institucional del país (bajo la forma de instituciones democráticas) es otra cosa: El populismo debilita más que nada las instituciones y convierte la democracia
en un cascaron vacío, al menos en el sentido griego del término, es decir, que
no existe república porque no está la combinación de oligarquía, monarquía y democracia,
sino solo uno de estos componentes. Como se trata de la relación de un líder
con su pueblo, algo que es propio de todos los populismos, se entiende cuál es
el que predomina. En Venezuela esto tiene la forma de un presidencialismo exacerbado
y brutal pero va más allá, se trata de una forma de dominación que anula todos
los otros actores. La república, como equilibrio de poderes, es lo contrario de
todo esto, la discusión sobre donde existen tales equilibrios, en qué país, es
irrelevante.