Socialismo y liberalismo: Falsas ideologías
El reciente triunfo de Mauricio Macri en Argentina y la
tendencia que se perfila en el horizonte sobre el regreso de la derecha al
poder en América Latina podría permitir decirle algo a los socialistas que se
encuentran angustiados, y también a los liberalistas. Existen mecanismos
ocultos que los guían. Por ejemplo, a los socialistas les da la impresión de
que nos encontramos frente a una disyuntiva, a saber, dedicarse a la gente (a
los más pobres) o al mercado. Existiría una
clara diferencia en dedicarse a la gente que en hacerlo para centrarse en el mercado
y no en la gente, lo cual da lugar a dos resultados distintos: Por una parte, dedicarse
a la reforma social, por el otro, a la atención el mundo económico.
En medio de esta discusión ya sabemos de dónde viene todo: Los
socialistas lo hacen porque la teoría inicial que los inspiró los conduce a
ello, es decir, a la premisa según la cual la organización económica y la
organización social del mundo moderno trae consigo la fuente del mal ya que la
burguesía (una clase económica necesaria dentro de este sistema) es la culpable
de la pobreza. De ahí que sea un deber del político “progresista” defender al “pueblo”
de tal grupo social y también del sistema económico que la soporta. Para los
segundos, porque lo que realmente importa es el funcionamiento del mercado ya que de ello se extraen los
beneficios sociales. El problema sería, entonces, para este último grupo, el
retraso que significan grupos socialistas en el poder que no comprenden la
verdadera naturaleza del mundo económico. Para unos, el problema es un sistema
erróneo en sí mismo, para otros, los problemas de funcionamiento del mercado. La
lucha, pues, en toda América Latina deriva en angustia: Unos porque sienten que perdemos la última oportunidad para defender a los más pobres y para recuperar cosas como la dignidad; los otros, que nos estamos rezagando
en lo económico.
Y nadie se da cuenta de lo que ocurre. En ambos casos se
trata de ideologías que funcionan como lo hace cualquier religión en el poder, u
otra ideología. El fundamento de interpretación es el mito. Hasta ahora nadie
ha demostrado, al menos de manera científica, que el Modo de Producción capitalista
sea la causa de la pobreza o de los problemas del mundo contemporáneo (incluyendo los relacionados con el medio
ambiente o la Sociedad de Consumo) pero los socialistas insisten todos los
días en eso. También es cierto que en general, la izquierda habla del “capitalismo”
(también muchos ecologistas) como la causa de todos los problemas y no se
percatan que es una categoría caduca del siglo XIX que no explica nada, por lo
demás rudimentaria y extemporánea. Por poner un ejemplo, los activistas de este
enfoque consideran el consumismo un mal propio del “capitalismo” pero el
consumo de objetos de adorno, lo más relevante en el consumismo, alcanza a
todas las sociedades del mundo y de todos los tiempos; tanto como la opresión
de la mujer se remota a las sociedades patriarcales y claramente no se vincula
al “capitalismo”; tampoco es posible su desaparición mediante una revolución
comunista porque el Modo de Producción no es su causa.
Por otro lado, tampoco el liberalismo tradicional ha podido
demostrar que la sociedad se parezca a una “asamblea de individuos” con lo cual
se enfrentan a diario a sus limitaciones. En realidad, se trata de un absurdo después
de las teorías de Durkheim y de los estudiosos de la configuración cultural de
los fenómenos sociales. Los Hechos Sociales son “cosas” y frente a ellos nada
puede hacer la voluntad individual, solo la colectiva. La mano invisible no
funciona a partir de un agrupamiento de individuos soberanos, separados en voluntades
individuales e independientes, sino a partir de una configuración social y cultural
determinante. Todos los mercados del mundo se enfrentan a las limitaciones de
la sociedad en la que se insertan, y lo demás es fantasía.
Ahora bien, el tan ansiado compromiso ético con los más
necesitados no aparece en el liberalismo debido al combate temprano con posturas
cristianas, lo cual siempre deja una marca, y el ingreso a la teoría económica
de elementos ajenos a ella, es decir, se dejó influir por las rivalidades
políticas en las que participaron sus intelectuales, lo cual los alejó del catolicismo
que, ciertamente, los había oprimido por mucho tiempo. Así, arribó
tempranamente a la conclusión de que los valores cristianos había que desecharlos,
y nadie ve como pueden ser útiles, por ejemplo, el amor o la compasión a los pobres
para el funcionamiento del sistema. Adam Smith colocó, por el contrario y para escándalo
de los socialistas (que son los nuevos cristianos), al “egoísmo” como fundamento
de la nueva teoría. Siendo así, pues, los resultados resultan obvios: La
prioridad ética tiene que ser el mercado o lo que haga que el sistema funcione.
La atención caritativa a las pobres tenía que ser extra-teórico. Esto no ha
sido adecuadamente previsto por los teóricos del tema, entre ellos el mismo, Friedrich
Von Hayek pero esto merece una reflexión
aparte.
En todo caso, nuestros políticos no van a entender esto nunca
porque viven de las narraciones míticas y las utilizan para comunicarse con las
personas, se enmarcan en un pensamiento orientado hacia el combate de las masas
con sus enemigos, y esto no tiene nada que ver con la construcción científica
del conocimiento. La política mundial se
alimenta de esto que son formas muy básicas del pensamiento y en eso consiste
la tragedia del mundo, la ciencia política no podrá aspirar, sino a duras
penas, a suministrar indicaciones para la conducción política de las masas. La política
no es el terreno de la ciencia.
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